Lo que duele escribir

Nunca me he definido como un escritor, porque siento que esa etiqueta no se adecua a la labor que vengo haciendo, incluso cuando lo que hago es «escribir» en el sentido estricto del término. Los escritores son otros, siempre serán otros, pero nunca seré yo debido a que recurro a la escritura como un simple medio a través del cual ordeno mis ideas o materializo escenas irreverentes que suceden en mi imaginación.

Vivo de la escritura como si fuese una extensión creativa de mi psique y un alivio para mis inquietudes artísticas, emocionales y filosóficas. No creo estar escribiendo para un público objetivo (aunque pueda inspirarme siempre de alguien), sino para quienes de casualidad acuden a este blog y por allí coinciden en algunas cosas conmigo.

Pero escritor así como los que escriben, pues temo no serlo.

Será que cuando te presentas como escritor, uno se imagina a un «buen escritor» y eso está mal. Uno es lo que se dedica a ser, no tiene nada que ver la percepción de los demás sobre si eres lo suficientemente bueno para ser «escritor», «poeta» o lo que sea. Quizá por allí van las balas: no me autodefino como escritor, porque no creo ser lo suficientemente bueno ni quisiera sonar pretencioso ante la crítica del resto.

Debe ser eso… o es que la humildad hace de mí un ser invisible entre tantos egos inflados.

Pero hay algo que debo confesar: escribir duele. Todas las veces que retomé ‘No hablemos de cosas tristes’ fue justamente porque algo me dolía o me mantenía inquieto y no tenía forma de descargar tanta presión mental. Lo más curioso es que dicha inquietud mental no es necesariamente originada por sentimientos negativos. A veces sucedía todo lo contrario: las emociones más sublimes y hermosas también tienen la capacidad de perturbar a la mente más estable.

Y eso último, por más versos y cuentos apasionantes que puedan inspirar, siempre duele.

Duele en el sentido que confiesas algo que por temor no quieres contar. Dicho temor puede ser ocasionado por cualquier cosa: etiquetas sociales, autocensura, insensibilidad, etc. El solo hecho de aventurarse a escribir al respecto es un proceso muy personal, algo así como desnudarse en público y la vergüenza impresiona hasta el terror.

¿Pero para qué escribir si es que no se cuenta todo? ¿O para qué someterse a ese dolor confesional si es que no cuentas lo suficiente? Siempre se puede cavar más hondo y lo mejor es hacer eso: extirpar la gangrena que pudre las raíces de una imaginación-pasión-amor-terror que se abren paso sobre la realidad.

Jaime Bayly dijo algo muy interesante al respecto durante una entrevista con Moisés Naím. «Creo que el escritor pudoroso, honorable, decente es un escritor lisiado, minusválido. Más vale que se dedique a otra cosa».

Desde hace unos días le vengo tomando la palabra y creo que de eso se trata ahora ‘No hablemos de cosas tristes’: un espacio que hará de aeronave para este piloto kamikaze sin sentido, que vuela hacia lo desconocido como las balas perdidas buscando un objetivo impredecible.

Foto: Max Pixel – Creative Commons Zero – CC0

[embedyt] https://www.youtube.com/watch?v=kWwXIw2XB9w%5B/embedyt%5DEntrevista a Jaime Bayly